El Congreso de Viena


Varios de vosotros habéis comprado, y algunos es posible que hasta leído, un libro que me publicaron en diciembre de 2012. Dentro de los comentarios que me habéis hecho llegar, el más frecuente es que la cantidad de personajes resulta desmesurada, y que cuesta mantener en la cabeza el necesario quién-es-quién, cosa imprescindible para disfrutar de la historia, o cuando menos no perderse.

He preparado aquí una relación de personajes, tanto principales como secundarios, con la idea de ofreceros sus rostros y un mínimo apunte de su personalidad. Quizá así logréis encajarlos mejor en la lectura de la historia, y hasta es posible que se os despierte la curiosidad por saber más de sus vidas y de sus milagros. De ser así, prácticamente todos los que veréis aparecer en esta 'página' han dejado una huella en la red, en algunos casos muy profunda y en otros tirando a superficial, aunque como mínimo con una imagen de referencia. Así podréis haceros una idea, cuando menos, de la pinta que tenían. Aquellos de los que no he conseguido encontrar un solo .jpg no los cito, y no por pereza, sino porque en realidad aportan tan poco en 'Álava en Waterloo' como en la historia en general, de la cual Internet sólo es una de sus vertientes.

Si se os llegase a despertar un deseo imperioso de saber más de lo que ofrecen la Wikipedia y las demás páginas con reseñas históricas de la red, escribidme a ildefonso.arenas@hotmail.com y os haré llegar el título de al menos una biografía.

El orden de aparición de las entregas coincide con la secuencia global de 'Álava'. Primero va el Congreso de Viena, luego los 100 Días, después la campaña de Valonia (Waterloo) y por último la invasión de París. Espero que las disfrutéis.

El primero de los personajes que aparece en el libro es el rey Fernando VII, en un diálogo con su Secretario de Estado y del Despacho, Pedro Cevallos. Del primero hay infinidad de cuadros e imágenes. Al buen hombre le gustaba mucho ser pintado, tanto que le tengo contados tres pintores de corte simultáneos (probablemente tuvo más). De ellos sólo Goya ha llegado a ser una celebridad mundial. Los otros están más que olvidados, oscurecidos por la sombra de Goya, lo que resulta un poquito injusto, porque también fueron unos retratistas excelentes. Juzgad vosotros mismos.



Fernando VII, por Francisco de Goya

Fernando VII, por Luis de la Cruz
Fernando VII, por Vicente López

Pienso que todos estaríamos de acuerdo en que Goya retrata un Rey al que adornan todas las virtudes, aunque a eso precisamente se debe que Don Fernando terminase por arrinconarlo. Su favorito, Vicente López, no sólo le mostraba más delgado y atractivo, sino que 'angelizaba' su expresión, de natural tirando a torva, de modo que resultase agradable no a sus secretarios y gentilhombres, los cuales le traían sin cuidado, sino a las princesas y duquesas cuyos nombres le susurraban al oído, a ver si así se casaba por segunda vez y ponía en franquía la corona. Fue gracias a uno de los caritativos cuadros que le pintaba el bueno de Vicente que al fin un princesa entrase al engaño. Por desgracia para Don Fernando no era un dechado de belleza, y menos aún de riqueza (los madrileños, tan despiadados como de siempre han sido, le cantaban una coplilla que comenzaba por 'fea, pobre y portuguesa... ¡chúpate esa!'). Infortunadamente para todos, y sobre todo para ella, no tardó en volver a dejar viudo a SCM, con lo que habría caído en el limbo de las reinas que no parieron herederos, aunque no debemos ser ingratos, ya que le debemos algo tan maravilloso como espectacular: el Museo del Prado.

Isabel de Braganza, por Vicente López (o eso creo)

De Pedro Cevallos Guerra, secretario de Estado y del Despacho (una combinación de Presidente del Gobierno y Ministro de Asuntos Exteriores) no hay demasiada oferta gráfica. Sólo he podido encontrar esto:

Pedro Cevallos Guerra

La conversación entre Don Fernando y Cevallos trataba del Mariscal de Campo Álava, por entonces en prisión, por ilustrado y por liberal (dos gravísimos pecados de la época; quizá en esta que vivimos también lo sean). El rey quería dejarle ahí, pero Cevallos, preocupado por la insistencia del embajador británico y del statthouder de los Países Bajos, así como del Inquisidor General, terminó torciendo el real brazo, aunque a cambio de facturar al Mariscal a Bruselas por tiempo indefinido, en calidad de Embajador aunque realmente de apestado. De Álava existe un gran rastro gráfico. Estas seis imágenes espero bastarán para que os hagáis una idea de cómo era este gran hombre:

Miguel-Ricardo de Álava y Esquivel, por Féréol Bonnemaison.
Se pintó en la primavera  de 1816, al  poco  de la concesión
 al ya Teniente General de la Encomienda de Hornachos

Álava por Sir George Dawe (1816). Está en Apsley House, London.
Álava por Francis Francis William Wilkin, 1819. Perteneciente
a la colección Raglan, se subastó en abril de 2012.
Álava por Francis William Wilkin, circa 1824 (el
general convalecía de su accidente al exiliarse).
El Embajador Álava, por William Salter, circa 1835.
Se expone en la National Portrait Gallery, London

El acontecimiento culminante de la Europa de finales de 1814 y comienzos de 1815 fue el congreso de Viena. Es probable que jamás en la historia se hallan reunido en una misma ciudad, y durante casi nueve meses, los soberanos de unos cincuenta países, para discutir, planificar, construir, destruir, conspirar y amenazar de un modo incansable durante las sesiones de trabajo, y para pasarlo tan en grande como fuera posible durante las noches y las fiestas de guardar, durante las cuales unos más y otros menos seguían conspirando. Fue un magnífico espectáculo para la ciudad que los padecía, y del que acabó exhausta tres meses después de que Napoleón I Bonaparte se fugara de la isla de Elba, donde imperaba gracias al ciertamente generoso 45 días por año que le correspondió cuando la Sexta Coalición tomó París en la primavera de 1814.


Las luminarias coronadas, políticas, militares y diplomáticas que comenzaron a deslumbrar a los vieneses en septiembre de 1814 eran numerosísimas, aunque había una especie de acuerdo general en que quien más destreza manifestaba en el envidiable arte de seducir a todos los demás, sin apenas excepción, era el jefe de la legación francesa, el ex-ministro de asuntos exteriores del recién restaurado Louis XVIII, del recientemente depuesto Napoleón I, y del ya casi olvidado Directorio de la interesante revolución francesa de 1789, la misma que vivió una vida tan trepidante como tumultuosa y que terminó en 1799 como suelen acabar casi todas las revoluciones: a manos de un espadón y tras un golpe de estado. Que fuera el más grande militar que hubiera dado la historia francesa fue un hecho irrelevante, pues al poco de 'tomar posesión' a fin de salvar a la patria, se volvió tan dictador como acostumbran volverse todos los de su gremio en cuanto se les presenta la ocasión.

De Talleyrand hay un notable rastro gráfico, aunque no tan numeroso como cabría pensar. Los que vienen a continuación son los que quizá puedan ofrecer una vaga idea de su en verdad magnética personalidad.

Talleyrand, por François Gérard, en 1814 (59 años).
Se exhibe en el château de Valençay.

Talleyrand, por Pier-Paul Prud'hon, en 1816.
Se exhibe en el museo Carnavalet, París.

Talleyrand, en primer plano, circa 1816


Lo que aparece a continuación es una colección de imágenes de las luminarias (sólo caballeros) que deslumbraron a la pobre Viena durante aquellos infaustos meses. En primer lugar, los emperadores, reyes, príncipes y duques.

Franz I von Habsburg-Lothringen,
Kaiser von Österreich, por Giuseppe Tominz. 
Alexander I Romanov, Zar de Rusia, por F. Krüger (Hermitage)
Alexander I, Zar de Rusia, por Sir George Dawe.
Dawe pintó este y otros por encargo de Wellington
entre 1816 y 1829, para decorar la
Galería Waterloo de Apsley House
Friedrich-Wilhelm III, König von Preussen (circa 1816)
Christian VII af Danmark
Ernst I von Sachsen, Coburg und Gotha
Friedrich-Wilhelm. Herzog Braunschweig-Wolfenbüttel.
(los textos no alemanes le llaman Duque de Brunswick)
Friedrich I, König von Wurttemberg
Ludwig I , Herzog von Hesse-Darmstad


Desde aquí, los diplomáticos, estadistas y altos funcionarios.


Eugene de Beauharnais (hijo adoptivo de Napoleón), Bayern
Lord Castlereagh, representante de Inglaterra,
por Sir Thomas Lawrence
Cardenal Consalvi, Santa Sede,
por Sir Thomas Lawrence
Príncipe Czartoryski, Rusia
Karl-Theodor von Dalberg, Francia, por Franz Stirnbrandt
Fürst Hardenberg, Prusia, por Thomas Lawrence
Wilhelm, Freiherr von Humboldt, Prusia,
por Sir Thomas Lawrence
Ioannis Kapodistrias, Rusia,
por Sir Thomas Lawrence
Marqués de Labrador, España, por Vicente López
Klemens-Wenzel, Fürst Metternich, Austria,
por Sir Thomas Lawrence
Conde Nesselrode, Rusia
Conde Andrei Razumovsky, Rusia
Karl, Freiherr von und zu Stein, Rusia
Lord Charles Stewart (aka Pumpernickel),
Inglaterra, por Sir Thomas Lawrence
Principe Vasily Troubetzkoy, Rusia
Príncipe Pyotr Volkonsky, Rusia
Friedrich, Freiherr von Gentz (secretario neutral),
por Sir Thomas Lawrence
Franz-Alois, Freiherr Hager von und zu Altenstieg,
jefe de la policía secreta austriaca
Ludwig von Wittelsbach,
Kronprinz von Bayern


Aquí, una panorámica muy famosa de los principales protagonistas del congreso, pintada por Isabey. El de la postura displicente en el centro es Castlereagh.


El Congreso de Viena, por Isabey


El Congreso de Viena no se comprendería sin las mujeres que lo endulzaron. Una reflexión superficial haría pensar que su papel fue de floreros, y en algunos casos de alivio y descanso de monarcas, políticos y diplomáticos, pero la realidad fue que mangonearon muchísimo. Las que más, estas de aquí:

Wilhelmine-Katherine, Herzogin von Sagan, por Johann Ender
(para la policía del barón Hager era 'Kleopatra von Kurland')
La duquesa de Sagan no tuvo suerte con los pintores;
aún siendo una preciosidad (lo dice la historia) solían
sacarla fatal; este cuadro, pintado por François Gérard
en 1816 y perdido en 1944, se dice que fue la excepción


Las grandes mangoneadoras del congreso (parece haber unanimidad en ésto) fueron la Duquesa de Sagan y su hermana pequeña (más bien hermanastra), la condesa de Périgord (actuaba como chatêlaine de Talleyrand), las dos nacidas Prinzessinen von Kurland (1781 y 1793). Este cuadro de Josef Grassi las refleja a las dos, la mayor a sus 19 años y la menor de sólo 7.


Wilhelmine y Dorothea von Biron,
Prinzessinen von Kurland, por Josef Grassi

Había otras dos hermanas Von Biron, Pauline y Johanna, también de belleza sumamente reputada. Las cuatro solían actuar socialmente de un modo muy sincronizado, lo que las convertía en un grupo de presión (un 'lobby') tan adorable como implacable, pues sumando las voluntades de los numerosos caballeros sobre los que ejercían influencias decisivas se podría decir que controlaban el Congreso.

Pauline y Johanna von Biron, por Josef Grassi.
Prinzessinen von Kurland,
Fürstin von Hohenzollern-Hechingen (Pauline)
y Duchessa d'Acerenza (Johanna)
Dorothée (Dorothea) de Talleyrand-Périgord,
Condesa de Périgord, por François Gérard


Las que vienen a continuación también hicieron estragos (cada una a su manera):


Elisabeth, Zarina de Rusia
Katharina, princesa viuda de Bagration, por Isabey
(su apodo policial era 'Andromeda von Russland')
Augusta-Amalia  de Beauharnais,
hermana del Kronprinz von Bayern
Therese von Wittelsbach,
née Sachsen-Hildburghausen,
Kronprinzessin von Bayern
Maria-Ludovika von Habsburg-Lothringen,
Kaiserin von Österreich
Eleonore Laure, Fürstin von Metternich
Luise von Sachen, Gotha und Altenburg
Elena Pavlovna Romanov, Gran Duquesa de Rusia. por Grassi
Ekaterina Pavlovna, Gran Duquesa de Rusia


A primeros de febrero de 1815, el Congreso apenas cruzando su ecuador, se incorporó el último de los grandes, el nuevo jefe de la delegación británica: Sir Arthur Wellesley, Duke of Wellington. Venía para reemplazar a Lord Castlereagh, demasiado suave para que las cosas avanzasen a la velocidad que se deseaba en Londres. Wellington dio el primer aviso casi la misma noche de llegar: a diferencia de Castlereagh, de notoria e invariable elegancia civil, se presentó a la cena que daba en su honor la Duquesa de Sagan en perfecto uniforme de Feldmarschall, bien cargado de condecoraciones; el mensaje fue claro para rusos y prusianos: por si había que acabar a cañonazos, él ya traía el sable desenvainado.


Sir Arthur Wellesley, Duke of Wellington,
por Sir Tomas Lawrence


Wellington tenía en común con Fernando VII al menos una cosa: le gustaba cambiar de pintor de cámara. Su preferido siempre fue Sir Thomas Lawrence, para muchos el mejor retratista de su tiempo; cuando menos, el que más favorecidos sacaba a sus modelos. Wellington le encargaba los retratos poco menos que al por mayor (su taller los dejaba listos para que el maestro les diera tres o cuatro pinceladas, los firmara y a otra cosa), aunque también solía pasarle encargos a Sir George Dawe (a éste, sobre todo, le encargaba que retratase a otros para él) y a John Jackson, aunque a éste sólo cuando las fuerzas y la vista de Lawrence comenzaron a flaquear.



Wellington como Premier (1831), por John Jackson


Durante la segunda guerra peninsular (es así como llaman los ingleses a nuestra Guerra de la Independencia; lo hacen para distinguirla de la primera, la que sostuvieron en Portugal y que concluyó en el Pacto de Sintra) Wellington supo por Álava de un extraordinario retratista español, Franciso de Goya. Nada más entrar en Madrid, en agosto de 1812 y acompañado de Álava, le fue a ver, para encargarle cuatro cuadros. Posó una hora para él (al tiempo de despachar asuntos de trámite con su oficial médico); lo consideraba suficiente para que Goya se hiciera con sus facciones (ni Lawrence ni Dawe habían necesitado más), y tras eso se fue, con Álava, tal y como había venido (la anécdota que relata Mesonero Romanos de una fuerte discusión entre Wellington y Goya, con sables desenvainados y pistolas amartilladas, es tan falsa como una guinea de hojalata). Días después pasó a ver el primer retrato, el que le mostraba tal y como estaba recién llegado de Salamanca, todavía con los estigmas y el cansancio de la batalla. No le gustó nada, pero se abstuvo de protestar (y pagó religiosamente, como todo un caballero inglés). Tan poco le gustó el cuadro que no lo quiso colgar de las paredes de sus casas, ni en la de Hamilton Place, ni en la de Strattfield Saye ni en Apsley House. A eso debe que se exhiba, y además gratis, en la National Gallery.


Don Arthur Wellesley, Duque de Ciudad Rodrigo, por Goya


Wellington había llegado a Viena derecho desde París, donde hasta entonces era embajador de Inglaterra. Lo hizo en carroza. En aquellos tiempos, sin radios ni CD's, el acompañamiento musical, para quien se lo pudiera pagar, a la fuerza debía ser humano; a eso se debió que Wellington se hiciese acompañar por una encantadora y guapísima cantante que tiempo atrás había cantado para Napoleón, y se cree que de la misma forma y vestida igual:



Giuseppina Grassini, por Madame Vigee-Lebrun


A finales de marzo de 1815 la vida de los congresistas y la de sus agregados seguía siendo tan agradable y pacífica como seis meses antes (salvo, en todo caso, por las periódicas amenazas de Prusia y Rusia de ir a la guerra si no se les concedían Sajonia y Polonia), pero entonces llegó a Viena una noticia que lo puso todo del revés: el ex-emperador Napoleón I, al que habían empezado a buscar, sin prisas, una residencia más alejada del continente que la isla de Elba, se había ido de allí, con rumbo desconocido, antes de que viniera una fragata inglesa y se lo llevara. Las campanas de la guerra comenzaban de nuevo a repicar.


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