Madame Récamier - Madame Tallien

Los años que dediqué a documentar primero y escribir después el libro que los más bondadosos de vosotros habéis comprado (y puede que alguno hasta lo haya terminado de leer), me llevaron, entre otras placenteras acciones, a descubrir unos cuantos museos que de otro modo jamás habría llegado a conocer. La culpa fue del libro. En él aparecen algunos personajes a primera vista no capitales, pero que en realidad lo fueron, y mucho, porque pretender entender el año 1815 dejando a un lado a las mujeres que si formalmente no lo controlaron sí, al menos, lo mangonearon 'a modo', sería un sinsentido, si no un alarde del peor de los machismos, el que se niega a aceptar que, hagamos lo que hagamos, siempre hay una mano femenina que nos lleva del ronzal, por mucho que pretendamos no darnos cuenta.

Uno de estos museos quizá sea el más injustamente desconocido de París, el Carnavalet. Es la suma de dos viejos palacios bastante grandes, lo que da lugar a una superficie de exposición no menor que la Galería Thyssen. Está situado en el Marais, bastante cerca de la Plaza de los Vosgues, rodeado de restaurantes agradables y de menú muy sabroso (y más baratos que sus equivalentes de Madrid), abre todos los días salvo los lunes y, lo más asombroso de todo, Es Gratis (junto con respirar debe ser lo único que no se cobra en París). Lo último hace sospechar a los viajeros escaldados, esos cuya piel escrotal se asemeja mucho a la de los caimanes, que si es gratis será porque sólo exhibe basura. Pues no. Contiene una de la más asombrosas colecciones de pintura academicista del XIX y primeros del XX, la cual por sí misma justifica extender un día cualquier viaje a París, a fin de no perderse un sólo rincón del inmenso palacio-museo.

Cualquiera que visite París, y más si es de las primeras veces que lo hace, es normal que a la hora de los museos piense que sólo hay dos, el Louvre y el d'Orsay, el primero dedicado al arte de hasta el XVIII y muy primeros del XIX, y el segundo especializado en el del XIX. Tras visitar el segundo, lo cual desde luego merece la pena, no poca gente se queda con la idea de que en el XIX francés sólo había impresionistas. Bueno, pues no. También había 'academicistas'; la historia del arte la construyen los críticos, los marchantes y las casas de subastas, como bien sabéis, y todos ellos, en conjunto, se han esforzado en mantener inverosímilmente alta la cotización de las obras de Van Gogh, Monet, Manet, Renoir, Gauguin, Modigliani, Sisley y muchos otros más, caracterizados todos ellos (salvo Corot, Courbet, Degas y Toulouse-Lautrec) por pintar bastante mal, en un estilo que recordaría bastante a los que sistemáticamente cateaban el dibujo en las impagables clases del Sr Palomares y la Srta Escudé. 

Una vez alguien preguntó a Talleyrand su opinión sobre la obra de un determinado pintor de su tiempo, tenido por vanguardista, a lo cual respondió, con su displicencia natural, 'lo que hace, si se vende, seguramente es arte'. A eso, es probable, se debe que la colección del d'Orsay sea tenida por la mayor y mejor muestra imaginable de arte pictórico del XIX. Los pobres pintores academicistas, los que ponían sus cinco sentidos en captar con la mayor exactitud posible lo que veían sus ojos, no están en el d'Orsay. Muchos de ellos fueron arrojados a esas tinieblas y crujir de dientes que es el oscuro, desconocido y escondido en una callejuela, Carnavalet.

Uno de esos pintores se llamaba François Gérard (1779-1837); el buen hombre alcanzó un gran éxito en vida (llegó a ser Barón del Imperio) y para unos cuantos que pensamos como Talleyrand fue probablemente el mejor retratista del primer tercio del XIX, de calidad comparable a Thomas Lawrence y a Francisco de Goya. Los  entendidos en arte le suelen despachar con un breve 'pintor neoclásico francés', pero los que se molestan en visitar el museo que le hicieron en Bayeux, en recorrerse la interminables salas del Carnavalet hasta dar con la principal, y los que tras eso se lanzan a través del Google para ver que hay suyo en Internet, no tardan en sacar unas cuantas conclusiones. La primera, que ese tío hacía fotos. La segunda, es normal que sus colegas le odiaran, pues para pintar como él había que saber muchísimo. La tercera (ésta si se es ex-alumno del Ramiro), hay que ver cómo nos engañaba Doña Julia López Gómez. Desde aquí, queridos amigos, vosotros mismos. Si queréis alguna pista, este de aquí es Gérard, retratado por un cordial enemigo suyo:




Juliette de Récamier pasó a la historia como una virgen profesional que dominó París a sus anchas los veinte años que van del fin del Terror (1795) a la toma de la ciudad por los prusianos (1815). Ya para entendidos, la siguió dominando hasta casi su muerte, unos 40 años después, aunque aquí ya no gracias a su belleza y a su embrujo. Durante aquellos veinte años, y por mucho que hasta en Marte se supiera que Madame Récamier no se acostaba con nadie, los interesados en lograrlo hacían cola en su afamadísimo 'salon littéraire'. Según parece, quien más cerca estuvo de clavar la pica donde nadie había clavado nada fue el admirable Duque de Ciudad Rodrigo, pero las razones que le llevaron a desistir nunca han sido oficialmente desveladas. Fueran éstas cuales fueran, lo cierto es que Madame Récamier sigue mereciendo boquiabrirse unos minutos ante el retrato que le pintó Gérard cuando tenía 25 años (una anécdota: en el Louvre hay otro retrato de Madame Récamier que David, otro 'neoclásico' arrumbado, dejó sin terminar más o menos al mismo tiempo; hay diversas explicaciones de que lo dejara sin acabar, aunque la más verosímil dice que a Juliette no le gustaba mucho cómo iba quedando el de David, por lo cual comenzó a posar para Gérard; el primero, cuando lo supo y tras un grave cólico de cuernos pictóricos, le soltó un destemplado 'ahí se queda Vd, madame' y se largó dando un portazo). Vosotros diréis:




Este que sigue es el cuadro de David. Para verlo al natural (no ya es que merezca la pena; es que no se puede decir que se ha estado en París si no se ha visto) debéis ir al Louvre, sala de 'franceses del XVIII-XIX, gran formato.



Madame Tallien nació no ya española, sino madrileña (Carabanchel Alto, aunque del Carabanchel Alto que por entonces, hace dos siglos, venía a ser una especie de La Finca; por cierto, que en aquellos tiempos se llamaba 'Carabanchel de Arriba'; lo de Bajo y Alto viene de tiempos más próximos, cuando el superlujo cedió el terreno al proletarismo). Hija de un ministro de Hacienda nacido francés y de una mañica que le atrapó al vuelo -el penalty es mucho más antiguo que el fútbol-, hasta los 14 fue una madrileña con todos los estigmas. Por entonces se la conocía por Teresa Ignacia de Cabarrús (castellanización lamentable del francés Cabarus). A los 14, y dado que a su madre le parecía que la niña merecía mejores pretendientes que los muy cutres que le salían en Madrid, la facturó a París, donde dos más tarde se casaría con un inútil con pasta, con lo que pasó a llamarse Thérèse Devin de Fontenay, marquesa de Fontenay. Desde ahí, cabalgando las formidables olas de la Revolución Francesa, del Terror, del Directorio, del Consulado, del Imperio y de la Restauración, pasó a llamarse Madame Tallien, 'madame' Barras, 'madame' Bonaparte, 'madame' Ouvrard y, por fin y de nuevo sin comillas, Madame Riquet, condesa de Caraman y princesa de Chimay. El retrato de Gérard corresponde a sus 42 años, ya princesa y a la sazón madre de un buen numero de hijos (uno de Fontenay, otro de Barras o de Tallien -no está del todo claro-, cuatro de Ouvrard y tres más de Riquet, que habrían debido ser cuatro pero uno le nació muerto). Pese a tanto parto estaba como aparece en el cuadro de Gérard. No es difícil comprender que un cuarto de siglo antes pasara por ser la más espectacular belleza del París revolucionario, al punto que a ella, a Juliette de Récamier y a Rose de Beauharnais (más tarde Josephine de Bonaparte), se las conociera por Las Tres Gracias de la Revolución Francesa.





Espero que al llegar aquí hayáis empezado a indagar por cuánto sale una escapada a París. Para vuestra información, París es, en estos dichosos tiempos de Bárcenas y Matos, Ratos y Correas, Esperanzas y Botellas, bastante más barata que Madrid. Asombroso, ¿verdad? Pues eso, que visça el PP, que bien contentos que nos tiene y bien felices que nos hace.

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